lunes, 23 de febrero de 2015

Preparación de exámenes

A lo largo de estos años he centrado mi especialidad en la preparación de todo tipo de exámenes. He abarcado desde exámenes oficiales de inglés y español para extranjeros, Selectividad, pruebas de acceso, exámenes universitarios y oposiciones. Si bien es un rango amplio, lo cierto es que todos tienen puntos en común.

Vamos a detallaros algunas de estas claves:

1)  CONOCE A TU ENEMIGO. La mayor parte de estos exámenes siguen unas pautas establecidas por el organismo evaluador, por lo que lo primero que se debe hacer siempre es conocer a la perfección el tipo de examen al que uno se va a presentar. Cuantos más modelos de prueba podáis revisar más seguros podréis enfrentaros a ellos. Evitar cualquier tipo de sorpresa, en la medida de lo posible, es una de las claves principales para el éxito en vuestros exámenes.

2) TEMPORIZAR: Una vez os hagáis con los exámenes de prueba pertinentes, es vital que sepáis el tiempo con el que contáis para hacer los ejercicios. No hay nada peor que un suspenso por no haber tenido tiempo a completar el examen. Por ello, en clase trabajamos con los tiempos establecidos. Al principio puede parecer que se están obviando muchos detalles, pero a la larga, os beneficiará muchísimo.

3) ESQUEMATIZAR ANTES DE EMPEZAR A ESCRIBIR: Por diversos motivos esto es crucial. Por un lado, tiene que ver con el tiempo. Si escribís en sucio y luego lo pasáis, hay altas probabilidades de que no os dé tiempo a hacerlo, por lo que la tarea quedará incompleta; lo que significa la mitad de vuestra puntuación. Por otro lado, si lo hacéis directamente sin organizar lo que queréis poner primero, corréis el riesgo de hacer que vuestro examen estéticamente no luzca. ¿Qué significa eso? Para un profesor que tiene que corregir 40 exámenes o más que el examen esté limpio y bien organizado facilita mucho su tarea, por lo que presentará una mejor disposición a la hora de corregir ese examen frente a uno que no lo está.

4) ME HE QUEDADO ESTANCADO: Cuando esto ocurra no debéis bloquearos. Seguid avanzando por el examen y ya volveréis atrás cuando tengáis completado lo que sí sabéis. Algunas veces es una cuestión momentánea, y la "inspiración" vuelve más adelante.

5) ¿REPASAR O NO REPASAR? Repasar es un arma de doble filo. Hace muchos años aprendí de una profesora mía que la primera respuesta que damos es la buena. Confiad en vuestra intuición. Si dudáis y cambiáis la respuesta hay altas probabilidades de que la pongáis mal. Sin embargo, cuando tenéis que redactar, siempre recomiendo un ligero repaso en busca de fallos tontos (faltas de ortografía, tipográficos, puntuación, etc)

Por último, pero no menos importante, id descansados, desayunados y tranquilos. Los nervios y el cansancio pueden jugaros malas pasadas, y por desgracia eso es algo que se escapa al control de cualquier profesor que os haya preparado.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Inteligencia /vs/ cociente intelectual

Se tiende a pensar, erróneamente, que la gente con el cociente intelectual más elevado es la que es más inteligente. De un tiempo a esta parte, las investigaciones psicológicas a este respecto han dado un giro de ciento ochenta grados. Según algunos estudios hay distintos tipos de inteligencia: inteligencia lingüística, musical, kinética, lógico-matemática, etc, Y yo no puedo estar más de acuerdo.

Tras muchos años de experiencia, no puedo más que pensar que nuestros alumnos aprenden de maneras distintas. Como ya decía en la entrada con la que inauguré este blog, las capacidades de cada alumno son algo a tener en cuenta a la hora de aplicar una metodología. Es por ello, como ya dije, que no creo en una metodología única aplicable a todo nuestro alumnado. Haciendo eso lo único que lograremos es desmotivar a los alumnos que no se ajusten a ese método.

También está muy extendida la creencia de que la gente con más memoria es más inteligente. Obviamente, como les digo a mis alumnos más jóvenes, el cerebro es un músculo y cuánto más lo ejercitas, más se desarrolla; pero también hay gente con esa capacidad innata. Yo no la tengo. He asumido hace mucho tiempo que tengo una memoria limitada y, es más, la comparo con la de un ordenador: cuando me estoy quedando sin espacio libero y olvido cosas que ya no utilizo para hacerle sitio a la información nueva. Por ello, tenemos que buscar técnicas de asociación de conceptos; tema que abordaremos en otra ocasión.

¿Cuántas veces habré oído "los idiomas no se me dan bien", o "esto no lo voy a aprender nunca"? Nuestros alumnos tienen que entender que, efectivamente, no todo el mundo tiene las mismas capacidades. No debemos dejar que se comparen con otros que sí las tienen, o incluso con nosotros. La motivación y una buena dosis de auto-estima es la clave para conseguir cualquier meta que nos propongamos. Sólo he tenido dos casos a lo largo de mi carrera profesional de los que he pensado que no había mucho que yo pudiese hacer. Ambas personas tenían graves problemas de aprendizaje ya en su propio idioma que los había llevado a ser un fracaso escolar, y a eso se le juntaba el hecho de que no tenían ningún tipo de constancia.

La constancia es otra de las claves. Tengo un cociente intelectual ligeramente elevado por encima de la media, o eso me dijeron en el instituto, pero no soy ninguna superdotada, a pesar de que los más jóvenes de mi clase piensen que tengo las respuestas para todo. Sin embargo, soy una persona constante y con una buena disposición para el trabajo. Prácticamente cualquier carencia que tengamos la podemos suplir a base de esfuerzo, trabajo y mucha constancia. Siempre les recuerdo que cuando aprendemos un idioma es algo que vamos a hacer para el resto de nuestras vidas. No existe un máximo de nivel adquirido; no hay cosas que no puedas seguir aprendiendo, y si dejas de practicar lo pierdes.  Por ello, la constancia es la clave.


jueves, 4 de diciembre de 2014

El sistema educativo español

Permítanme que hoy me salga un poco de la línea preestablecida para este blog y me centre más en una cuestión que, nos preocupa, y con razón, a todos hoy en día.

Según el informe PISA de 2013, nuestro país ocupa el puesto 37 en habilidad lectora, el 31 en matemáticas y el 33 en ciencias. Esto supone casi 10 puestos por debajo de la media de la OCDE, y casi 8 puestos menos de media con respecto al informe del 2012. No hace falta, pues, ser un genio para observar que la entrada en vigor de la LOMCE no ha sido más que otro fracaso político en lo que a materia educativa se refiere.

 ¿Qué es lo que falla? ¿Por qué nuestros alumnos se pasan horas y horas en el colegio y no consiguen unos resultados adecuados? ¿Es meramente una cuestión de medios? Es más que evidente que, con los resultados de dicho informe en la mano, los recortes en Educación no han ayudado en nada, sino más bien todo lo contrario. Pero a la vez hay otras cuestiones mucho más profundas y, tal vez de tipo social, que son más difíciles de apreciar, ya que, a pesar de que nuestra sociedad ha cambiado mucho en el último siglo en materia de educación no hemos sabido estar a la altura.

Para empezar no hemos sabido enfocar el concepto de conciliación familiar en el trabajo, lo que ha llevado a que los padres se vean obligados a derivar cuestiones educativas del ámbito familiar al escolar. No sólo eso, sino que el sentimiento de culpabilidad que puede generar en los padres el pasar pocas horas al día con sus hijos, en ocasiones los lleva a sobreprotegerlos, dándoles una posición de poder de la que luego abusan en la escuela. ¿No recordáis cuando te castigaban en el colegio y lo primero que te preguntaban en casa era lo que habías hecho para merecer un castigo? Bien, hoy en día hay una tendencia cada vez más al alza a culpar al profesor. Esto deriva en que el trabajo disciplinario del profesor en el aula sea mucho más duro.

¿De dónde vienen todas estas actitudes negativas con respecto al profesorado? Este tipo de actitud no es innata en el 90% de los niños, sino que es una conducta aprendida. Mi madre es profesora, así que llevo muchos años de mi vida oyendo como gente le recrimina sobre lo "bien que viven los profesores". "Trabajáis muy pocas horas y tenéis 3 meses de vacaciones". "No sé de qué os quejáis. Mira todo lo que os pagan para lo poco que hacéis". No hay que ser un genio para saber que si los niños escuchan estas opiniones por parte de los adultos no van a respetar a la figura de un profesor. ¿Hasta qué punto es cierto todo esto?

Hay muchas cosas de esta profesión que la gente de esta opinión ignora. El trabajo que hay detrás de una clase es inmenso: trabajo de investigación, búsqueda de materiales, preparación de los mismos, planificación de la lección, su temporalidad, los objetivos que se buscan alcanzar, la pre-evaluación, la post-evaluación, ... Y esto es sólo una clase. Hay tutorías, claustros, consejos escolares, planificación anual, reuniones con padres, evaluaciones, etc. ¿Por qué tanta gente llega entonces a esas conclusiones?

No voy a ser corporativista. Es más, voy a ser muy dura. A día de hoy todavía hay demasiados profesores que no aceptan las responsabilidades que vienen con esta profesión. Todavía hay demasiados profesores que llegan a ella empujados por el ansia de tener un trabajo de por vida, un buen sueldo y casi tres meses de vacaciones al año. Todavía hay profesores que ignoran los contenidos y objetivos de sus asignaturas y enseñan a sus alumnos cuestiones obsoletas, sin ninguna practicidad. Todavía hay profesores que se creen que están muy por encima de sus alumnos y que, si suspende el 60-70% de su clase no es porque ellos hayan hecho algo mal, sino que es culpa de los niños "que cada día son más burros".

Me indigna soberanamente esta actitud y este poco respeto por esta profesión de tanta importancia como la de médico, juez o arquitecto. Y es que la responsabilidad que cae sobre los hombros de un profesor es enorme. Formamos a nuestro futuro.

Por ello, siempre he creído que el fallo número uno dentro de nuestro sistema educativo es la elección de profesorado. Es bien sabido que el sistema finés es el mejor del mundo. ¿Saben ustedes por qué? Cito:

"Para poder ser profesor de primaria o secundaria es necesario tener un título superior de máster en magisterio. Además la labor del profesor es muy respetada habiendo un alto nivel de competición entre los candidatos a acceder a dichos estudios.Los profesores del sistema público son elegidos directamente por la directiva del centro educativo. Esto permite que cada centro pueda crear los mejores equipos de trabajo y buscar a los profesores que mejor encajen en su proyecto educativo real. Los fondos que recibe cada centro son proporcionales al nivel de calidad que estos ofrecen."

Aunque el sistema en España se ha modificado hace unos años, sigue sin ser eficiente. La primera vez que se accede al aula como profesor titular se hace después de tan sólo 4 meses de prácticas en las que, con un poco de suerte, habrás dado dos clases completas. Desde luego, no es suficiente. El sistema de oposiciones sigue estando obsoleto y premia más la capacidad memorística que la de análisis, resolución o empática.

¿Y qué pasa una vez que se entra en el sistema? Nada. Los profesores fijos no se ven obligados a ponerse al día, a reciclarse o a obtener resultados palpables. Los que lo hacen es por verdadera vocación. Porque, en realidad, eso es lo que falta: VOCACIÓN. Ya en la Universidad oí a un gran número de compañeros que lo único que querían era tener un puesto de trabajo fijo. "¿Te gustan los niños/adolescentes?" "¡Qué va! Son insoportables. Cuando sea profesor les voy a poner unos exámenes dificilísimos".

Uno de los motivos por los que el sistema finés funciona es porque se respeta a los profesores; pero se los respeta porque los profesores se lo ganan. Trabajan muy duro para conseguir un nivel de eficiencia, y los éxitos de sus alumnos son los que avalan ese trabajo. Para conseguir ese respeto, ese puesto en el informe PISA o ese sueldo se obligan a trabajar mucho y constantemente. Ellos son una inspiración para todos aquellos que sí que tienen vocación.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Enseñar a adultos

Al contrario de lo que pueda parecer, enseñar a adultos no es una tarea fácil. A pesar de que supone un reto constante, también requiere dosis extras de paciencia por ambas partes, ya que el aprendizaje en esta etapa puede ser más lento. Es por ello que debemos, no sólo intentar motivar a nuestros alumnos de muchas más maneras, sino que también hay que buscar nuevos métodos de enseñanza y dar con el que es clave para cada uno de nuestros alumnos.

Según Noam Chomsky, renombrado lingüista estadounidense (aunque mediáticamente más conocido por su faceta más política), todos los seres humanos nacen con una capacidad lingüística innata que le permite generar un número infinito de oraciones y, además, adecuarlas al contexto en el que se aplican. Pero, ¿qué ocurre en los casos de bilingüismo o de adquisición de una segunda lengua?

Está comúnmente aceptado que son los niños los que aprenden idiomas más rápido, y cuanto más jóvenes empiecen con este aprendizaje mejor será el resultado. ¿Es esto así? Y, ¿por qué no es así en los adultos?

El caso de los niños se sustenta con la teoría del lenguaje de Chomsky, por nuestra capacidad innata para hacerlo; pero, ¿y los adultos? Los niños no nacen con miedos. Los miedos nacen a través de la experiencia, propia o ajena. Es decir, un niño no nace con la creencia de que no va a poder aprender algo; es más, mientras son muy pequeños, los animamos a que aprendan a pasos agigantados. pero a la vez, poco a poco, les vamos infundiendo los miedos propios de los adultos que, por experiencia hemos aprendido a tener cuidado, a conocer nuestras limitaciones, etc. Y así, poco a poco, nos vamos llenando de prejuicios.

El cerebro de un adulto está viciado y más cerrado al aprendizaje por una cuestión de prejuicios que hemos convertido en creencias sociales. Somos nosotros los que, en la edad adulta, cerramos nuestra mente al aprendizaje y conocimiento. "No voy a aprender nunca", "ya soy mayor para aprender esto", "los niños son esponjas; nosotros no". Estos pensamientos negativos con respecto a uno mismo hacen que aprender sea una tarea muy ardua. Es el error más común que nos vamos a encontrar, y convencer a un adulto de que está equivocado es mucho más difícil que convencer a un adolescente que, a pesar de todas sus quejas y sus malas caras, acaban confiando en tu experiencia.

Los adultos necesitan ser estimulados en el aula exactamente igual que los niños, pero con una dificultad añadida: tienen que irse a casa con la sensación de haber estado en una clase productiva. Para ello, mi consejo es hacer clases en las que se cambie de tipo de actividad cada cierto tiempo. Alternar ejercicios en los que se cultiven los distintos tipos de habilidades relacionadas con el aprendizaje de un idioma. Pero además, los alumnos deben saber en qué beneficia cada actividad a su conocimiento de la lengua. Deben ser conscientes del proceso que estamos llevando a cabo y qué es lo que queremos conseguir con todo ello.

Hay una cosa más que considero vital en este campo. Una cosa que sí que disminuye con los años es nuestra capacidad memorística. Personalmente, nunca me he preciado por tener una buena memoria, aunque según mi madre es porque es selectiva. Pero, ¿acaso no es selectiva para todo el mundo? Siempre he utilizado técnicas nemotécnicas para ayudarme en este proceso. En mi caso fue la música, y The Beatles fueron los primeros que me ayudaron a recordar vocabulario y estructuras antes de ser capaz de entender cómo funcionaban. Pero también me he encontrado con profesores que han hecho que las clases fuesen tan divertidas y que me sintiese tan relajada en clase que recuerdo expresiones que no voy a utilizar en la vida. Así que SÍ, los adultos también aprenden antes en un ambiente relajado y distendido.

Y siempre recuerden una cosa: NO es imposible para nadie, tenga la edad que tenga, el aprendizaje de una lengua. Sólo hay que tener en cuenta que puede que sea más lento porque nuestras capacidades no son las que eran, y que, por suerte o por desgracia, nunca alcanzamos un nivel tope sino que al aprender un idioma, debemos aceptar que es algo que irá con nosotros para siempre.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

Enseñar a adolescentes

Cuando digo que soy profesora la gente tiende a pensar que enseño a niños de primaria, así que se sorprenden bastante cuando digo que no, que me dedico a adolescentes y adultos porque no me considero lo suficientemente apta para la metodología específica que necesitan los niños entre 3 y 11 años. Su sorpresa es mayor todavía cuando afirmo que, en realidad, prefiero lidiar con jóvenes entre 12 y 20 años. "¿Cómo soportas a los adolescentes?"

He ahí el quiz de la cuestión. No se trata de "soportarlos", se trata de entenderlos, guiarlos, generar la confianza en sí mismos que les falta, ser su apoyo y a la vez actuar de persona adulta en la que pueden confiar fuera del núcleo familiar.

Tengo la suerte de dar clase a grupos pequeños, cosa que no todos los profesores pueden hacer y lo que a veces dificulta en demasía todas las otras labores docentes al margen de una asignatura. Estoy con ellos desde los 12-14 años hasta que se gradúan, y es imposible describir la satisfacción que me produce verlos llegar hasta allí. En ese momento sabes qué has cumplido tu tarea y que has aportado tu granito de arena para ayudarlos a ser la persona que se están convirtiendo. Pero sí, el proceso hasta ahí es duro para ambas partes.

¿Qué cosas creo que se deben y no hacer cuando tratamos con adolescentes?

1) Nunca, jamás, debemos desanimarlos. Los adolescentes están en una etapa en la que las emociones las tienen más a flor de piel. Se sienten atacados fácilmente y muy poco comprendidos en general por los adultos. Detrás de toda esa actitud de sabelotodos yace una baja autoestima que ellos no están dispuestos a reconocer, porque los hace más vulnerables de lo que ya son. Si bien es cierto que tienen muchos "pájaros en la cabeza", no debemos desalentarlos abruptamente. Es nuestro deber, hacerlos razonar y llegar ellos mismo a sus propias conclusiones. Si tienen una idea que nosotros creemos que es descabellada, debemos hacer que trabajen sus argumentos para defenderla.

2) Los adolescentes necesitan dos de cal y una de arena. No debemos perder nuestra firmeza con ellos ya que conseguiremos que, en vez de respetarnos, simplemente nos odien; lo que en general lleva a que no nos escuchen absolutamente nada de lo que les decimos. Soy muy exigente en clase a todos los niveles. Les pido no sólo que tengan determinado nivel en una asignatura, sino que hagan las cosas bien y sin desgana, que se esfuercen con cada cosa que hacen; pero sobre todo que sean respetuosos conmigo, con el resto de sus compañeros, con sus otros profesores y con sus padres. Pero cuando están haciendo algo bien hay que reconocérselo. Esto no significa que haya que premiarlos. No deberían tener un premio por hacer lo que tienen que hacer, pero sí que deberíamos darles un reconocimiento. Se merecen saber que están en el buen camino y que nosotros los vamos a animar a seguir por ahí.

3) No debemos mentirles. Cuando lo hacemos, estamos fomentando que ellos repitan ese mismo comportamiento. NUNCA les miento, y se lo explico desde el principio. En mi clase está terminantemente prohibido decir "Eso es mentira". Y ellos saben que es un razonamiento lógico: yo no miento, puedo estar equivocada en lo que digo, pero no les miento. Con los años aprenden todos a decir "Eso no es verdad", y saben que así le estás dando a alguien el margen de la duda. Si algún día hacen algo que merezca que yo hable con sus padres, los pongo en sobreaviso. Saben que lo mismo que les digo a ellos en clase es lo que les voy a decir a sus padres. No los traiciono y cuando llegan a casa, saben con lo que se van a encontrar. De la misma manera que un castigo tampoco viene de la nada. Saben perfectamente que sus actos tienen consecuencias y tienen que aprender a asumirlas, porque así será en el futuro.

4) No les pongo las cosas fáciles (en el futuro no las van a tener). Aunque doy clases de apoyo, jamás hacen los deberes conmigo. Sus profesores deben de tener todos los datos correctos para evaluarlos. Si los deberes están perfectos y luego el nivel no se corresponde en el examen surge un gran conflicto para ellos. La evaluación debe ser justa y para ello, para empezar, los profesores deben de tener la información adecuada. Lo mismo con las dudas que puedan tener. Muchas veces vienen y me dicen "Judith, no entiendo este tema", a lo que yo les contesto "¿Por qué? o ¿Qué parte?". La mayor parte de las veces no han prestado atención en clase, no se lo han leído, etc, y el camino más fácil para ellos es que alguien lo vuelva a hacer por ellos. NO LES HACEMOS NINGÚN FAVOR ASÍ. Los hago leerse el tema y después podemos ir aclarando sus dudas.

Una de las finalidades que busco con todo esto es que aprendan a hacer las cosas por sí mismos. No quiero que me sigan necesitando cuando vayan a la universidad porque eso significaría que no he hecho bien mi trabajo. Debemos darles herramientas para que se defiendan en la vida y que puedan ser personas independientes, libre-pensadoras, que se cuestionen el mundo que los rodea y que no tomen un simple SÍ o un NO por válidos. Debemos ayudarlos a convertirse en personas respetuosas pero que a la vez sepan defenderse. No se trata únicamente de inculcar conocimientos, sino de que aprendan el valor que tienen. Cuando me preguntan por qué no deben conformarse con un 5 les respondo " 1. Porque puedes hacerlo y 2. porque en el futuro eso es lo que te dará opciones; podrás elegir y no conformarte con la única cosa que puedas hacer". Tienen que aprender que el esfuerzo y el trabajo los hará llegar más lejos que un cerebro brillante sin usar; que deben exprimir al máximo todas sus posibilidades.

Pero también quiero que aprendan a no dejar de soñar, a no dejar de ser curiosos, a siempre aspirar a más, y sobre todo a ser felices con lo que sea que decidan libremente hacer con su vida.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Los profesores abren la puerta

Llegué a la enseñanza más bien por casualidad o por tradición familiar, que casi parece lo mismo, hace ahora más de 21 años. Tenía 14 años y pasé todo un mes de Julio dando clases a niños de entre 6 y 8 años. Les enseñé matemáticas, lengua y un poco de inglés, en unas clases de las que realmente recuerdo poco más que la satisfacción propia de alguien de mi edad cuando me pagaron a final de mes, y supe que podía hacer con ese dinero lo que yo quisiese.

Durante años lo convertí en una costumbre. Una clase de hobby por la que me pagaban lo que yo creía dinero fácil.  Y con los años me di cuenta de que se me daba bien, y que además, era satisfactorio ver que mi trabajo daba sus frutos. Aunque no siempre obtenía el reconocimiento a todo el esfuerzo que conllevaba, cosa que con el tiempo he aprendido que a veces va implícito en esta profesión. Di clases particulares de todas las edades y trabajé en diversas academias impartiendo todas las asignaturas de letras.
Pero no fue hasta hace tan sólo 7 años cuando descubrí que esto, lejos de ser “dinero fácil” y un hobby con el que cubrir gastos, se había convertido en mi vocación.  A partir de ahí, fue sencillo darme cuenta de que en realidad tenía unas ideas muy claras sobre lo que se debe o no hacer en un aula.

Igual que cuando somos padres no deberíamos olvidar nunca que alguna vez fuimos niños y adolescentes, cuando somos docentes es nuestra obligación recordar que alguna vez fuimos estudiantes. Es un fallo muy común. Parece como si nuestro paso por la universidad nos haya hecho olvidar que alguna vez nosotros mismos nos enfrentamos a los mismos problemas que nuestros alumnos. Personalmente, aplico los mismos trucos que me ayudaron a solventar dificultades cuando era estudiante. Ejemplos claros y sencillos para cualquier grupo de edad son la clave. Aunque pueda parecer una obviedad.

Por otro lado, en la medida de lo posible, debemos personalizar nuestra metodología al máximo. Cada alumno es una persona diferente al resto, con características y capacidades propias. Hay distintos tipos de inteligencia (musical, visual, artística, emocional,…), lo que implica que no todos los alumnos aprenden de la misma manera; con lo cual, una sola metodología no es aplicable a todo el alumnado. NO EXISTEN MÉTODOS MILAGROSOS, y nosotros nunca debemos vender a un alumno la promesa de que va a aprender en un determinado tiempo. Siempre les recuerdo a todos mis estudiantes que el tiempo en el que se consiga el resultado buscado va a depender del tiempo que ellos inviertan en trabajar en ello, y que además es directamente proporcional a las capacidades que uno tenga.  Si prometemos que conseguirán un cierto nivel en un tiempo límite y no lo consiguen, habremos alimentado problemas de auto estima y muchos llegarán a la conclusión de que “nunca van a aprender”. Este debería ser el último sentimiento que queramos que sienta un alumno, y el indicador de que hemos fracasado completamente en nuestra labor docente.

Por esta misma razón, y con la empatía como mejor baza, el estudio del carácter de un alumno es importante. Hay que fomentar situaciones en las que todos los alumnos de una clase se sientan en igualdad, y a la vez no presionarlos en demasía para que se suelten y pierdan la timidez en clase o conseguiremos el efecto contrario. Cualquier alumno, sea de la edad que sea, tiene que confiar por completo en su profesor; sin embargo, esto no es una situación “sine qua non”. Nosotros somos los que debemos ganarnos esa posición sabiendo ver cuando un alumno está preparado para dar un poco más de sí. Personalmente, odio los silencios incómodos en clase. Es un recuerdo terrible de mis años de instituto y de universidad: el momento incómodo en el que el profesor te hace una pregunta a la que no sabes la respuesta, y él sólo te mira durante el minuto más largo de tu vida mientras el resto de la clase fija sus ojos en ti. Hay gente capaz de decir “no lo sé”, pero hay otro tanto por ciento (yo estaba incluida en este grupo) que se pondrá colorado y no articulará palabra. En este ambiente, el aprendizaje no es fructífero.

A lo largo de este blog ahondaré en todas estas cuestiones y muchas más sobre el aprendizaje y la enseñanza; sobre todas esas cosas que he aprendido a lo largo de 21 años y que procuro poner en práctica en mi academia a día de hoy, porque creo que el triunfo de un alumno es la mejor prueba de que algo estamos haciendo bien.  Eso sí, el camino hacia ese triunfo no suele ser fácil, y es nuestro deber recordárselo y animarlos a seguir adelante.